Exquisito (o De los problemas de la otredad)

¿Esas son las chicas que siempre toman agua de su botellita brillante?

Como las noches terroríficas de Ámsterdam,

como si no importara nada de nada.

Solo los sapitos venenosos

Venenosos como los otros, que son como nosotros pero pican.

Como si tampoco les importara nada

Pero es por el hambre y el sudor,

sudor al que se pegan los insectos que distinguen el color.

Daltonismo selectivo, pero nunca lo creería, el solo ve amarillo.

Amarillo, amarillo brillante y desagradable para ojos sensibles,

cansados y casados.

Quiero que mi marido me compre una canchita de grass sintético.

Sintético, solo porque puedes ser, malísima, porque es divertido.

Sin fin, pero no es seguro.

Por eso espero a Atreyu.

Atreyu atraviesa el muro y decide que ha cumplido setenta años:

polisémicos, mentirosos, otros.

Otros que son como nosotros pero que son otros.

Otros, locos que no se dan cuenta como se mueve la ciudad, desencajada

Desencajada, la ciudad donde otra vez crece la muralla.

Y maripozones que escuchan música de nena y patean botellitas.

Botellitas que recogen a las calles, como las calles a las botellas,

sucias, pero realmente inmundas,

cansadas, igual, sin ganas de compañías lésbicas,

Lésbicas las sandalias, una al lado de la otra y otras veces en el río.

Río, río de fluvial y no de reír, payasita

Payasita con la nariz y la cartera de tormenta

y tiempo para acostumbrarse,

para extrañar, para ir al baño y leer un libro.

Libro cerrado que no sabe explicar qué pasa,

cuando los otros, no son como nosotros.

(Y debe ser morado astigmático)