Hazardous Material / Aviones Cubanos


6 de octubre de 1976, cualquier día, cualquier fecha, la misma hora que ayer o mañana. En Cuba todos los días son así. Hay que vivir fuera de ella - porque es ella - si uno quiere tomar consciencia del paso del tiempo, de los calendarios, cuyos días y años avanzan, y que no se van reciclando década tras década. Imagínense, se tacha el lunes y se pone martes, se tacha martes y se pone miércoles, se pone jueves y se tacha el miércoles, y así se sigue una lógica sucesiva, sin alterar el logaritmo. El año siguiente, se tacha el miércoles que estaba sobre el martes previamente tachado, y se tacha el jueves que remplazó al miércoles de un año anterior. Es un arte elíptico. El problema ocurre cuando llega el año bisiesto, nadie sabe si se debe dar un paso para delante o un saltopatrás, como en las elaboradas reglas de mestizaje impuestas por los criollos durante los años de la Colonia.

6 de octubre de 1976, en Cuba, un día como cualquier otro, un día exactamente igual al anterior. Un avión cubano, un DC-8 (Douglas Commercial, de fabricación americana), se dirige de Caracas a Trinidad y Tobago. La aerolínea, Cubana de Aviación. Peso máximo en la hora del despegue, 143 toneladas. Pasajeros, el equipo cubano de esgrima, veinticuatro de ellos, al menos. Grandes estrategas, jóvenes esbeltos y afeminados, pensando a quién rozarán con la punta de su florete. De vuelta a casa con todas las medallas de oro del Campeonato Sudamericano y del Caribe. Además, once guyaneses, camino a la facultad de medicina, cinco coreanos perdidos, vistiendo los mismos trajes apretados y el florete; y otros varios tripulantes de Cubana de Aviación.

Una hora del día se pierde entre trópicos y meridianos. El avión, con su fabricación americana y todo, estalla brillante en el cielo. La explosión de un cuerpo celeste, miles de millones de años atrás. 6 de octubre de 1976, y todos mueren. 1130 hora Zulú. Tiempo Universal Coordinado, casi una broma metafísica. Pero no es nada más que un tecnicismo. Seguramente, lo que, señores pasajeros, hubiera dicho el piloto en el momento de su aterrizaje. Hora local, y no sé cuántos grados, bienvenidos al aeropuerto José Martí.

Pero lo más curioso es que antes, nadie se detuvo a pensar que los aviones cubanos, nunca llegan a ninguna parte. La inconsciencia de un tiempo que pasa sin registro. Nadie puede coordinar los calendarios. Las entradas. La salidas. Los paneles luminosos en el aeropuerto tienen un cero atravesado por una soberbia diagonal, que los divide como en dos medias lunas. Sobre estos, los números se tachan y se vuelven a ordenar. Lunes, martes, miércoles, y así toda la semana, y así todos los meses, y así todos los años. Un avión, que igual nadie esperaba.

Otra vez es martes o miércoles, o un día parecido al anterior. En Cuba de repente es otra vez 6 de octubre de 1976. Los mismos muchachitos debiluchos y estirados se sientan unos junto a otros, con las piernas cruzadas, sobre el cojín, que en caso de emergencia, sirve de flotador. A su lado, los coreanos, con sus relojes y sus calendarios pulcrísimos. Nadie los entiende, y nadie entiende el temor en sus caras. Es cualquier hora, y otra vez, la estocada final.

Touché.